lunes, 16 de octubre de 2017

DISTOPÍA

Antes me bebía el agua de los floreros y el agua de lluvia. Ahora, debido a los cambios acontecidos, estoy debajo de esta gigantesca gata verde, mamando ansioso en una de sus tetillas. Qué leche más buena tiene. Es tibia, sabrosa como un helado de nata, mucho mejor que el líquido del cielo. Chupeteo suavemente, firme, sin rozarle mi descomunal dentadura. La dejaré seca, aunque sus crías me miren de reojo, recelosas, enganchadas como yo a sus rosadas ubres que emanan gloria. Me figuro que se preguntaran quién es este ser macilento y barbudo que, como ellas, posee afiladas garras. 

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