domingo, 26 de noviembre de 2017

PENIS-COLA

Estar en mi pueblo un domingo por la tarde es como no estar en ningún sitio. Es como pertenecer a un lugar olvidado. Puedo ir desnudo y trotar por las calles, sintiendo la brisa y la flacidez de mi colgajo. Disfruto de esa sensación incomparable al subir las pendientes adoquinadas del casco antiguo. La sangre se mueve, me estimula, y engrandece mi modesto miembro. Lo empina como la lanza de un épico caballero que va al galope en un corcel invisible. Las justas con la niebla y la calma son mi mejor desafío. Mi pueblo me pone; permite que viva en paralelo.

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