martes, 21 de noviembre de 2017

EN EL BOSQUE

Cuando la até al árbol fue cuando me di cuenta de que tenía un cabello precioso. El flequillo le caía sobre sus ojos azules como una cortina de color avellana, y mil bucles de pelo alborotado dejaban entrever graciosos mechones rubicundos. Era una melena voluminosa, hidratada, sedosa... Así la noté cuando mis dedos aplanaron sus tirabuzones y dispuse sobre su testa una manzana de piel amarilla. Su mirada rabiosa se transformó en una dulce consternación, en un abatimiento opaco y gris. Se quedó inmóvil como una estatua. Sabía bien que estaba allí para que yo probara puntería con mi ballesta.

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